En este escenario cuasi-apocalíptico, plagado de fulgor chauvinista, militarización de las calles, crisis financieras globales y externalización de los efectos del crimen, tenemos en el 16 de septiembre un excelente pretexto para embriagarnos con placer en compañía de los amigos, revivir nuestro gusto por la música vernácula, romper la dieta y aprovechar el delicioso puente curándonos la cruda. También, por cierto, no podemos dejar de gritar los “vivas” a los grandes “héroes” que nos dieron patria (si ellos nos la dieron, ¿cuándo carajos fue que nos la quitaron, que no la veo por ningún lado?). “ofrendando” su vida para que podamos ser una nación “independiente” (sic) del dominio de la Corona Española.
Por desgracia, cuestionables o no los acontecimientos históricos que dieron pie a la rebelión de criollos y otros castas (si, hay que remarcar el orden de importancia) para derrocar al Gobierno Peninsular, no han servido de mucho para lograr la independencia de México. Pareciera que sería necesario otro Cura Periñón (el otro Señor López ni sus luces ya, y no estoy hablando de mí en tercera persona) e incalculables cantidades de alcohol combinadas con patriotismo valiente y suicida para poder lograr una nueva independencia, una independencia de índole económica, de nuestro vecino incómodo: el decadente imperio yanqui (ya sin Yankee Stadium, por cierto).
Nos podemos remitir a un ejemplo de la vida diaria, para explicar el por qué de la no-independencia (o si lo quiere ver como un término del Spanglish, In-Dependencia, por que según me dijeron unas amigas mías, del nivel social más pomadoso imaginable, suena más In). Cuando un país depende en gran medida de la situación macroeconómica de un gigante enfermo como los Estados Unidos (esto sobre todo en términos de comercio internacional, turismo y remesas), cualquier cosa puede pasar, desde periodos de bonanza hasta periodos de estancamiento, con sus consecuencias negativas notables.
Ya se ha hablado mucho de cómo México le vendió el alma al diablo con los Acuerdos de Intenciones en la década de los ochenta y la firma del NAFTA-TLCAN en el periodo del mandatario que estuvo antes de Ernesto Zedillo al frente del navío (no voy a decir su nombre, toco madera). Las posturas encontradas en relación a este tema todavía siguen en debate, y ambas señalan tanto ventajas como desventajas que se desprenden de estas decisiones (recuerde Ud. que al margen de esto, México ha sido un país que históricamente ha sufrido de los delirios de grandeza de sus presidentes, ergo, de las estupideces que han cometido). Claro que uno evalúa y opina siempre desde una perspectiva particular, tanto ideológica como pragmática: siempre hay ganadores y perdedores. No obstante, positivos o negativos los efectos de estas medidas y las subsecuentes (y complementarias, por supuestos), hay algo que no se puede negar: sin independencia económica, no hay independencia política.
Y así lo hemos visto y podido comprobar en la esfera de la política gubernamental mexicana, desde la Batalla de Texas hasta el día de hoy. No es gratuita una pelea “cuerpo a cuerpo” contra el narcotráfico, un Plan Mérida, un Plan Puebla-Panamá y propuestas absurdas como la de un lúgubre personaje, dueña del SNTE, de convertir las Escuelas Normales en centros de enseñanza en Turismo. Suena algo paranoico, pero no es gratuito. Los mismos planes de estudio de las universidades, el poder de concentración de las transnacionales, las deshumanizantes leyes migratorias, la aculturación hollywoodense y la imitación de las estructuras prevalecientes en la sociedad gringa son una representación indirecta de ese poder económico de gran influencia.
Podríamos hablar de los puntos en pro y en contra de una relación tan cercana. Lo importante aquí no es consignar el número mayor o menor de ventajas o desventajas, sino de remarcar el grado de dependencia. Le voy a recordar épocas gratas (los años maravillosos). Cuando uno quiere salir de noche a los dieciséis (edad en la que si uno tiene suerte, todavía vive en casa de sus papás), tiene que pedir permiso a los padres, obviamente. Si estos no están de acuerdo, uno podría, en una actitud de rebeldía, decidirse a salir por su cuenta. Pero, ¿qué pasa si uno no tiene dinero? TAMPOCO TIENE LIBERTAD DE DECIDIR. Luego entonces, uno se queda en casa, lava el carro de su viejo y se porta bien con la madre, para que sean más benevolentes y levanten el castigo (levantar el castigo = lana y autorización para salir de fiesta). A uno le enseñaron que tenía que ser obediente y bueno, obediente, bueno y trabajador: obediente, bueno, trabajador y optimista. No obstante, la libertad real es un valor que raramente se fomenta, puesto que implica una cuestión en si complicada: tomar decisiones y arriesgar.
México es el hijo que busca la benevolencia del padre, para que éste no lo castigue y le dé una palmadita en la espalda. Si el padre está enfermo, ¿qué pasará con sus hijos, dependientes de éste? Sobre todo, con sus hijos que no buscan una alternativa a seguir viviendo bajo la sombra de un padre atroz, pero vulnerable al fin. Con esos hijos que parecen conformes con no saber qué hacer por si mismos para salir adelante en una situación comprometedora.
Ante esta pregunta, bien podemos pensar que hay solución, o que de plano en el “lugar en el ombligo de la luna” cayó una maldición que la atará al subdesarrollo hasta el final de los días. Sea como sea, lo que es cierto es que a pesar de ser un país mayoritariamente católico, la fe se está perdiendo, ante escenarios tan desfavorables ocurridos en los Estados Unidos recientemente. Como nos decía Hugo Chávez, el gran cantante venezolano del género ranchero (y en sus tiempos libres, presidente también): “México, tan lejos de Dios, y tan cerca de los Estados Unidos”.
No obstante, nadie nos quita el derecho de expresar una frase tan autóctona como“¡Viva el Power Mexicano! (Octavio Paz se estará revolcando en su tumba). Por qué incluso desde el punto de vista de la cultura pop, estamos In, In…Dependencia of U.S.A. Ω
Víctor López Tirado
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