jueves, 19 de febrero de 2009

¡Somos Mapuches!



Otra Política, Otra Ciudad

“No somos ni argentinos, ni chilenos… ¡Somos mapuches¡”, finalizó América Millaray Painemal Morales, Secretaria General de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas del país Mapuche, localizado en los territorios fronterizos de Chile y Argentina, durante las conferencias efectuadas durante el festival de La Digna Rabia del EZLN. Las palabras lanzadas al aire como una especie de viento que dejo un escalofrío a los oyentes que aglomeraban el recinto improvisado del Lienzo Charro del DF, fueron una respuesta ensordecedora al por qué es necesario la autonomía y autodeterminación de los pueblos en un mundo globalizado.

Los mapuches, comunidad indígena con tradiciones milenarias, es una población que por azares del destino –y política- está localizada en los límites de los países sudamericanos de Chile y Argentina. Su lucha es por la autogestión de los recursos naturales y determinación de su pueblo. El paralelismo que existe entre los mapuches y los zapatistas es íntegro: la necesidad de hacer otra política, es decir, una nueva forma de organización colectiva-comunitaria, menester ante la ola avasalladora de las grandes trasnacionales que amenazan con la destrucción no sólo de sus recursos naturales, sino también, de sus tradiciones precolombinas.

La sintonía bajo la cual se suscriben los mapuches y zapatistas surge como consecuencia de la incapacidad de respuesta de los gobernantes ante los altos índices de pobreza, desnutrición y desigualdad. Por lo anterior, surge este otro modelo, que es nueva forma de compartir el poder horizontalmente y que está siendo exportando y compartido a diferentes partes del continente, desde el sur del Rio Bravo hasta la Patagonia. Lo vemos en Bolivia con la nueva constitución indígena, en la lucha de Los Sin Tierra en Brasil, los campesinos de Guatemala, los zapatistas en México, los mapuches en Chile. El eco de la alternatividad recorre el globo en cada una de las regiones en donde la explotación, el hambre y la injusticia social son el común denominador.

El Foro Económico Mundial y demás instituciones que promueven el libre cambio indiscriminado tiemblan ante el tsunami que recorre los océanos sin reconocer fronteras. Es una tromba que a su paso por las naciones recoge el coraje y desesperación de las muchedumbres que se unen con un mismo objetivo: crear un nuevo mundo, una nueva forma de organización y de compartir el poder.

Ser mapuche de Sudamérica, zapatista de México, cocalero de Bolivia o sandinista en Nicaragua son sinónimos, el objetivo es el mismo: la creación de una nueva forma de gestión en las comunidades en que habitamos, en donde exista justicia, tierra y libertad.

La mirada asolada del campesino se torna en un ceño fruncido que invita a la lucha por tomar el poder; en sus manos, las llagas ocasionadas por el arado de la tierra comienzan a hablar con una nueva herida que derrama sangre y riega el cultivo de un nuevo mundo; el sudor de la frente no caerá más sobre la tierra fértil del latifundista, ahora regará la esperanza, la justicia y la igualdad.

Por: Iván Foronda

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