Cuando hago memoria sobre los últimos sexenios y sus respectivos presidentes no puedo evitar pensar en todo ese entusiasmo con el que cada mandatario arrancaba el 1º de diciembre correspondiente: discursos llenos de ilusión, optimismo, buenos deseos y por supuesto, sin faltar el condimento nacional: mucho patriotismo y sentimiento nacionalista, sobre todo a la hora de decir que había llegado nuestra hora.
Como olvidar a López Portillo cuando dijo que administraríamos la abundancia y se fue dejándonos en la ruina, quien no se acuerda del espíritu modernizador de Salinas de Gortari y el trágico final del 94, o de Vicente Fox y la promesa del cambio con la que sació el hambre de muchos aquel 2 de julio pero que dejó insatisfechos a todos apenas unos meses después.
Si, cuando pienso en todo eso no dejo de pensar que el sexenio de Salinas de Gortari es muy similar al de Felipe Calderón: ambos iniciaron su gestión con el rumor de un fraude, se instalaron en el poder ante la expectativa de progreso de los ciudadanos, nos pidieron fe en las reformas del gobierno y al final parece que ambos serán igual de desalentadores.
Cuando Carlos Salinas tomó posesión de la presidencia en 1988 se caracterizó por ser un hombre que a diferencia de sus antecesores se había preparado fuera de México, se distinguía por ser un “visionario”, pretendía modernizar el país y hasta se propuso permanecer en los anales de la historia como el mejor mandatario del que se tuviera memoria.
Sin embargo el proyecto que cimentó durante seis largos años de mucho trabajo se vino abajo de la noche a la mañana; primero fue el levantamiento del EZLN en Chiapas, lo que dejó al descubierto la insensibilidad del gobierno para atender los reclamos de olvido hacia los indígenas mexicanos, mas tarde vino el asesinato de su “mejor amigo, Luis Donaldo Colosio”, luego se vendría en cascada un deterioro en la economía que escondió en un pacto secreto y del que hizo responsable a Ernesto Zedillo y a todo su administración.
Sin lugar a dudas entró en la historia, pero no como el mejor sino como el peor presidente que se recuerde en muchos años.
Hoy el presidente Calderón se encuentra en ese mismo lugar y aunque se esfuerce por revertirlo ya es tarde para evitar la catástrofe.
Igual que a Salinas, la sombra de un fraude electoral no lo ha dejado manejar el poder como él quisiera, tanto así que para legitimarse ha tenido que tomar medidas que en campaña él mismo hubiera calificado como “populistas”, pues “de no rebasar a la izquierda por la izquierda” su gobierno no hubiese tenido un poco de estabilidad al principio.
Una vez en ejercicio, ha tenido que hacer uso del ejército para enfrentar una guerra en contra del narcotráfico, quien mas allá de asustarse ante las medidas del gobierno, sacó sus “juguetes” y le dio una probadita al presidente de lo que son capaces por demostrar que en el mercado ellos son los que mandan.
Al igual que Salinas, Calderón también perdió a su mejor amigo. Cierto aunque Mouriño generaba problemas (por todo lo que se decía de él y su familia) de interlocución con el legislativo, no era de esa manera como debía solucionarse la falla.
Ambos gobiernos no han respondido del todo a las exigencias de aquellos que esperan de verdad llegar a la modernidad y mucho menos de quienes aun reclaman permanecer en el olvido de la autoridad.
Creo que Calderón nunca imaginó que lo que ganaría después de toda esa alharaca legal para triunfar, sería ser presidente mientras se gesta y se expande una de las crisis económicas más severas en la historia (a quien le gustaría ser presidente en esas condiciones).
Por ultimo, con todo lo que hemos visto en la semana (influenza y posible riesgo de epidemia) nos debe quedar claro que en esas condiciones no hay a quien se le antoje ser inquilino de Los Pinos, sobre todo entendiendo la difícil situación y la enorme responsabilidad que conlleva atender un problema de tal magnitud, el cual no sólo afecta desde el punto de vista clínico, sino que traspasa más allá de los hospitales.
Ya la economía ha comenzado a sufrir los embates (que se suman a los anteriores) del grave tema de la influenza, lo peor es que apenas parece comenzar. Con una bolsa de valores a la baja por tres días consecutivos, un repunte en la apreciación del dólar frente al peso, un incremento en los niveles de deuda, un paro parcial de la actividad económica del sector servicios (hoteles, restaurantes, bares y antros como los mas afectados) en pleno puente (quizás el más grande y provechoso del año), con una alerta sanitaria que ha obligado a varios países a suspender vuelos e incluso a recomendar que se evite a México como destino turístico, etc.
Todo lo anterior, aunado a los problemas que ya teníamos, deja en pésimo lugar la imagen de México en el extranjero, de manera que esto me lleva a pensar que aunque Calderón haya peleado por la presidencia hace tres años de manera ferviente y convencido de que podría salir airoso al final del sexenio, el presidente no tiene al día de hoy la Presidencia Soñada que tanto anheló.
Por: Pedro Ramos Padilla
kiphas@gmail.com
Como olvidar a López Portillo cuando dijo que administraríamos la abundancia y se fue dejándonos en la ruina, quien no se acuerda del espíritu modernizador de Salinas de Gortari y el trágico final del 94, o de Vicente Fox y la promesa del cambio con la que sació el hambre de muchos aquel 2 de julio pero que dejó insatisfechos a todos apenas unos meses después.
Si, cuando pienso en todo eso no dejo de pensar que el sexenio de Salinas de Gortari es muy similar al de Felipe Calderón: ambos iniciaron su gestión con el rumor de un fraude, se instalaron en el poder ante la expectativa de progreso de los ciudadanos, nos pidieron fe en las reformas del gobierno y al final parece que ambos serán igual de desalentadores.
Cuando Carlos Salinas tomó posesión de la presidencia en 1988 se caracterizó por ser un hombre que a diferencia de sus antecesores se había preparado fuera de México, se distinguía por ser un “visionario”, pretendía modernizar el país y hasta se propuso permanecer en los anales de la historia como el mejor mandatario del que se tuviera memoria.
Sin embargo el proyecto que cimentó durante seis largos años de mucho trabajo se vino abajo de la noche a la mañana; primero fue el levantamiento del EZLN en Chiapas, lo que dejó al descubierto la insensibilidad del gobierno para atender los reclamos de olvido hacia los indígenas mexicanos, mas tarde vino el asesinato de su “mejor amigo, Luis Donaldo Colosio”, luego se vendría en cascada un deterioro en la economía que escondió en un pacto secreto y del que hizo responsable a Ernesto Zedillo y a todo su administración.
Sin lugar a dudas entró en la historia, pero no como el mejor sino como el peor presidente que se recuerde en muchos años.
Hoy el presidente Calderón se encuentra en ese mismo lugar y aunque se esfuerce por revertirlo ya es tarde para evitar la catástrofe.
Igual que a Salinas, la sombra de un fraude electoral no lo ha dejado manejar el poder como él quisiera, tanto así que para legitimarse ha tenido que tomar medidas que en campaña él mismo hubiera calificado como “populistas”, pues “de no rebasar a la izquierda por la izquierda” su gobierno no hubiese tenido un poco de estabilidad al principio.
Una vez en ejercicio, ha tenido que hacer uso del ejército para enfrentar una guerra en contra del narcotráfico, quien mas allá de asustarse ante las medidas del gobierno, sacó sus “juguetes” y le dio una probadita al presidente de lo que son capaces por demostrar que en el mercado ellos son los que mandan.
Al igual que Salinas, Calderón también perdió a su mejor amigo. Cierto aunque Mouriño generaba problemas (por todo lo que se decía de él y su familia) de interlocución con el legislativo, no era de esa manera como debía solucionarse la falla.
Ambos gobiernos no han respondido del todo a las exigencias de aquellos que esperan de verdad llegar a la modernidad y mucho menos de quienes aun reclaman permanecer en el olvido de la autoridad.
Creo que Calderón nunca imaginó que lo que ganaría después de toda esa alharaca legal para triunfar, sería ser presidente mientras se gesta y se expande una de las crisis económicas más severas en la historia (a quien le gustaría ser presidente en esas condiciones).
Por ultimo, con todo lo que hemos visto en la semana (influenza y posible riesgo de epidemia) nos debe quedar claro que en esas condiciones no hay a quien se le antoje ser inquilino de Los Pinos, sobre todo entendiendo la difícil situación y la enorme responsabilidad que conlleva atender un problema de tal magnitud, el cual no sólo afecta desde el punto de vista clínico, sino que traspasa más allá de los hospitales.
Ya la economía ha comenzado a sufrir los embates (que se suman a los anteriores) del grave tema de la influenza, lo peor es que apenas parece comenzar. Con una bolsa de valores a la baja por tres días consecutivos, un repunte en la apreciación del dólar frente al peso, un incremento en los niveles de deuda, un paro parcial de la actividad económica del sector servicios (hoteles, restaurantes, bares y antros como los mas afectados) en pleno puente (quizás el más grande y provechoso del año), con una alerta sanitaria que ha obligado a varios países a suspender vuelos e incluso a recomendar que se evite a México como destino turístico, etc.
Todo lo anterior, aunado a los problemas que ya teníamos, deja en pésimo lugar la imagen de México en el extranjero, de manera que esto me lleva a pensar que aunque Calderón haya peleado por la presidencia hace tres años de manera ferviente y convencido de que podría salir airoso al final del sexenio, el presidente no tiene al día de hoy la Presidencia Soñada que tanto anheló.
Por: Pedro Ramos Padilla
kiphas@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario