domingo, 26 de abril de 2009

EL TREN

Busca rápidamente la estación donde tiene que bajar, es la línea dos; faltan cinco estaciones para descender.
El cansancio se apodera de ella, se sienta en el piso del vagón, coloca la mochila sobre sus piernas, mientras la abraza y en ella recarga su cabeza. Las personas la miran de una forma extraña.
Cae dormida; un líquido le escurre de la cabeza a la sien.
Un golpe la hace despertar, no ve quien le pegó sólo que se aleja por el vagón, inconcientemente lo agradece, en la siguiente estación tiene que bajar, su mochila sigue intacta, la abre para ver si sigue vivo. No la puede abrir mucho, la aprieta un poco lo suficiente para no hacerlo llorar, siente su respiración, está vivo se dice; los demás pasajeros no la dejan de mirar.
Baja apresuradamente.
Gira a la izquierda, sigue avanzando pero no tan rápido por los ríos de personas que se forman, empieza a subir las escaleras hasta llegar a al calle, enfrente de la estación se encuentra el único árbol a la redonda, ese es el punto.
No deja de ver su reloj, faltan tres minutos, saca de la bolsa derecha del pantalón la pañoleta azul, se la amarra al cuello.
¿A quién buscar? No lo sabe. A ella la están buscando.
Faltan dos minutos.
Dos tipos robustos se acercan, las manos le sudan, ¿seguirá vivo?
No olvides que si se muere, te mueres.
Los tipos se detienen metros antes de llegar con ella, buscaban la sombra que da el árbol. En contra esquina un policía, al parecer vigilancia de rutina.
Han pasado los dos minutos, no sabe que hacer. No hay más instrucciones.
Siente su latido, sigue vivo.
Después de cinco minutos una mujer cargando una mochila se acerca, pelo suelto y pañoleta verde en la muñeca. Tiene que ser ella.
--¿está vivo?—
--sí—
Te empiezas a quitar la mochila.
--aquí no pendeja, que no ves la pinche gente—
--¡no te la quites y acompáñame!—
Caminan sin intercambiar palabras, mientras observas su pañoleta en la muñeca ¿traerá un arma?
Ella te observa la frente traes un hilo de sangre, tu no lo sabes.
Llevan varias calles recorridas, hasta llegar a otra estación.
Por qué mejor no me citó en esta.
Ahí se para y le intercambia la mochila.
–el dinero viene dentro—
La operación no dura más de un minuto.
Se alejan. Busca la entrada de la estación, no ha volteado a ningún lado, no le interesa a donde fue la otra chica, no le interesa la otra chica.
Baja tan rápido que le es inevitable chocar con las personas, no pasa otra cosa por su cabeza que el llegar a su casa. Llega a la plataforma las luces del tren se ven al fondo del túnel, se acerca igual de rápido que las personas a tu lado, pareciese que las personas se multiplican. Todos la miran, todos se miran. Le asfixia la pañoleta, le asfixia las personas.
El tren ha llegado. Subes buscando un lugar, el más lejano, no los hay.
Busca la unión de los trenes para sentarse en el piso, esta ocupado por una mujer que duerme, la mujer estorba de vagón a vagón.
La brinca si querer, le golpea la sien con su zapato, no voltea y sigue buscando un lugar. No soporta la pañoleta y se la quita, ha llegado al otro extremo.
Se da cuenta que ese tren no la esta llevando a su casa y baja en la próxima estación, ya no va tan aprisa, no quiere llamar la atención.
En la calle para un taxi, se sube sin negociar sólo da la dirección.
El sueño de la tarde regresa y duermes, intenta olvidar el rostro de esa mujer, es imposible, cada noche la soñará.
--Ya llegamos señorita—
Se baja dirigiéndose a la casa más cercana esperando que el taxi se marche, sus piernas le tiemblan, cambia de dirección hacia su casa, llega caminando asegurándose que no la sigan.

No encuentras las llaves, no las pude dejar en la mochila. No te preocupes, ella no sabe en donde vives.

Anda, busca una piedra, rompe el vidrio y abre, muy bien ya estas dentro, cierra y de ahí no salgas, tienes el suficiente dinero para irte de la ciudad, para cambiarte de nombre, pero no para olvidar lo que has hecho, no para poder combatir esas noches interminables de insomnio, la paranoia espontánea y persistente en cualquier lugar, en la calle, en el metro y en el peor lugar, tu casa.

Ella no quiere estar en su casa, nadie quiere estar en su casa después de lo ocurrido, espera que llegue el día siguiente para ir al cerrajero, necesita arreglar esa chapa.
No tiene hambre, no tiene sueño, necesita descansar, pensar; ella está aletargada…

En su recamara se quita la ropa, la mochila la ha dejado en la entrada de su casa, no contó el dinero, no es tiempo para eso.

Ya acostada en su cama todo es silencio, todo lo exterior es silencio, su mente es ruido e imágenes, su mente son chillidos y latidos.

Han pasado algunos minutos, está en el límite del sueño profundo y los ruidos externos.

Alguien merodea fuera de tu casa, está frente a tu puerta, mira extrañada la ventana rota, los vidrios dentro y fuera, sacando unas llaves, sacando tus llaves, tu sigues dormida, tu intentas escapar de la realidad, introduce la llave correcta y entra sigilosamente se dirige a tu habitación, en la bolsa trasera trae un cuchillo o algo parecido abre la puerta de tu habitación, tu estas inconciente, se acerca a ti y te mira, mira tu rostro, tu cuello y tu pecho que no alcanzó a cubrirse con la sabana, saca el cuchillo y lo pone en tu cuello.

--Llegamos… señorita… ya llegamos—
--¿Está usted bien?, está sudando—
--Qué, sí, no se preocupe—

Se baja dirigiéndose a la casa más cercana esperando que el taxi se marche, sus piernas le tiemblan, cambia de dirección hacia su casa, llega caminando asegurándose que no la sigan.

Te acercas a tu casa, y buscas las llaves, las sacas de tu bolsa y juegas con ellas... te detienes súbitamente, tu ventana está quebrada.

Por: Julián Atilano Morales.

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