domingo, 19 de abril de 2009

JUÁREZ



Las tierras de San Pablo Guelatao, Oaxaca aún respiran el aire liberal que inició aquel 21 de Marzo de 1806 con el nacimiento de Benito Pablo Juárez García. Aquél indio zapoteco que trajo el renacimiento de la República en México, consolidando las ideas que no se extinguieron ni con la muerte de Vicente Guerrero, José María Morelos, Miguel Matamoros, entre otros grandes ilustres que la iglesia católica exterminó. La nueva generación que secundó a Benito, tales como Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez, y el gran padre liberal Valentín Gómez Farías, vinieron a marcar a la nación con letras de oro en el pecho del águila.

Hablar de Benito Juárez es citar a la libertad en su máxima expresión. Un hombre que nació cien años antes para su época. Sí, el “indio asqueroso”, como lo llamaban los conservadores o iglesia católica -que es sinónimo-, ya hablaba de libertad de prensa, de libertad de cultos, de expropiar latifundios eclesiásticos, de aplicar nuevamente el federalismo que Gómez Farías no pudo aplicar en 1845, debido a que Antonio López de Santa Anna (sí, ese tirano que entregó medio México) se vendió a los intereses de los conservadores, representados por el sacerdote poblano Francisco Pablo Vázquez Vizcaíno.

Fue el hombre que nunca se rindió aún cuando se encontraba en el exilio en Nueva Orleans con Melchor Ocampo. Mientras el viento acariciaba su siempre bien esculpido peinado, el discutía con Ocampo la mejor forma de llevar a cabo el retorno y conseguir la liberación del pueblo. Fue entonces cuando el Plan de Ayutla se presenta como la oportunidad óptima para llegar al objetivo. Triunfan ante el desgastado gobierno de Santa Ana.

Inicia la nueva república con la consolidación de la Constitución de 1857. Las ideas de renovación y progreso tan anheladas durante años de lucha se afianzaban en ésta. Ahí estaban los derechos humanos. Los miembros de la iglesia perderían sus fueros, ahora serían ciudadanos como cualquier ciudadano; la libertad de expresión era un hecho; expropiación de bienes eclesiásticos, ahora los campesinos tenían tierras que trabajar que antes la iglesia inutilizaba; dejarían de existir los centros de impartición de justicia que la capillas impartían. Un nuevo México.

Todo fue interrumpido por el sucesor de Vázquez Vizcaíno, esta vez tomaría la estafeta el sacerdote-militar Francisco Miranda, dirigiendo íntegramente a los generales Miguel Miramón y Félix Zuloaga, que a su vez dirigían el ejercito conservador. La institución eclesiástica dejaría de impartir la fe para dedicarse a las armas, invitando a los fieles a oponerse al gobierno por “atentar contra los bienes de Dios”. Comienza la Guerra de Reforma.

Jamás existiría una invasión a la soberanía tan vulgar y cobarde como la financiada por el Vaticano desde Roma por el papa Pio IX para apoyar a los conservadores. Las jornadas de sangre entre el ejército liberal y el conservador se evaporarían hasta 1861, cuando Juárez entra triunfante a la capital de la república. México había triunfado. Los conservadores palidecían y fueron en busca de un emperador a Europa que pudiera saciar sus codiciadas ambiciones de riqueza y poder que habían perdido en la guerra. Aparece en escena Maximiliano de Habsburgo.

La dolencia del país se fractura con el emperador importado de Viena. La soberanía se fractura. Otra vez la iglesia católica, avalada por el Vaticano imponen la ley mediante el financiamiento de las limosnas y de Roma. Tuvieron que pasar tres años de imperio europeo en el país para que los liberales, mediante las armas rebatieran las retrógradas formas de gobierno. Santos Degollado, Parrodi, entre otros valientes generales del ejército liberal triunfan. Juárez no ha muerto. Regresa a la presidencia. Inmediatamente manda fusilar a Maximiliano y el general Miguel Miramón.

Una vez capturado Maximiliano, cartas de protesta de todo el mundo se oponen ante el inminente fusilamiento de él. Cartas de Viena y de toda Europa recomiendan al gobierno liberal detenerse. ¡Mátenlos!, exclama Juárez. Ruegos de el ilustre escritor Víctor Hugo llegan al castillo de Chapultepec. ¡Mátenlos!, Juárez no se inmuta.
Lo demás es historia.

Por: Ivan Foronda.

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