lunes, 6 de abril de 2009

JAIME SABINES, HOMO QUI POESIS FACIT NON MORIT

¿Basta cerrar los ojos de los muertos para olvidarnos de ellos? ¿Arrojarlos tres metros bajo tierra y fingir que creemos que si alguna vez tierra fueron en tierra habrán de convertirse? ¿Extrañarlos o hacerlos que trasciendan? Lo primero puede lograrse llorando, llevando flores al sepulcro, cantando prosas de consuelo. Lo segundo implica una actividad colectiva y alcanza la cúspide cuando su obra no es soslayada por las masas, sino que se mantiene viva como una braza cada vez que uno de esos que alguna vez lloraron deciden divulgarla, analizarla, comentarla, recordarla.
Jaime Sabines fue uno de esos hombres que trascienden por si mismos, es decir, son inmortales per se. Su vida comenzó un 25 de marzo de 1926 en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, intentó ganarse el pan como médico cirujano pero se dio cuenta de que la vida misma no estaba en la sístole y diástole sino en lo que hacía posible esos bombeos tan coordinados, es decir en todo lo que se plasma a través de la poesía, así que mejor decidió ayudar a los hombres convirtiendo sentimientos en palabras y palabras en sentimientos. Falleció el 19 de marzo de 1999 asesinado por su propio verdugo, aquel que construyó durante años entre fumada y fumada.
Sabines es como uno de esos libros grandotes que usan los boticarios de pueblo para curar los males, pues al ser hojeado, las letras que dormían mientras estaba cerrado se levantan y se despabilan para irse formando primero en palabras, luego en frases, después en poemas. De alguna manera, yo no sé cómo, las vocales y las consonantes que fueron escritas por él, entienden los sentimientos de aquel que las lee, si se trata de un mal ayudan a resolverlo y si es una alegría la potencializan, siempre son una panacea.
En cada uno de sus poemas están recogidas experiencias que la vox populli conoce, pero que a falta de una mirada poética pueden conducirla hacia la decepción. La traducción tan precisa que hace de los momentos de la vida más comunes a palabras entrelazadas con el hilo del ritmo fonético es una oportunidad para tomarlas, hacerlas nuestras, tragar poesía, convertirnos en poesía. Eso es, Jaime Sabines supo cómo hacerle para que aún a diez años de su muerte los lectores se sigan perdiendo en sí mismos y encontrándose con el hombre que quiere canonizar a las putas, con el que quiere prenderle fuego a todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra, con los amorosos.
Sabines le reza al amor. Pareciera que siempre está presente. No se trata de una guía sobre la seducción, ni del sex appeal, sino de un intento de persuasión de que todas las mujeres deben ser amadas, la puta por puta, la santa por santa; de que el sexo femenino no solo son dos piernas abiertas sino la carnificación de la luna.
Así como la brasa revive cuando una corriente de aire le hace el amor, cuando la penetra, Jaime Sabines arde cuando es leído en voz alta. Leámoslo pues, hoy.

Por: Rodolfo de la Torre López.

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